Ousman Umar
Lugar de nacimiento
Cuando tenía sed,
tenía que ir al río
para conseguir agua.
Todo empezó un día, mientras jugaba al fútbol con mis amigos después de cuidar a los animales. De repente vi un avión que volaba. «Y pensé: ¿cómo puede haber un avión allá arriba? Si yo cojo cualquier cosa, la lanzó al aire y cae a tierra, ¿cómo es que ese avión no cae?». Lo comparé con los juguetes que había construido y que había tenido que arrastrar por tierra si quería que se movieran. Una vez me dijeron que solamente las personas de piel blanca podían volar en aquellos aviones.
A partir de ese día empecé a pensar que el mundo no podía acabarse en la frontera de mi lugar de nacimiento. Así que, empecé a pensar en ir más allá de mi pueblo. Yo concebía al hombre blanco como un dios, porque Europa era considerada como un paraíso, y pensaba que » hombre blanco» era sinónimo de inteligencia, de médico, ingeniero…en resumen, de ser superior. Esto no reforzó mis pensamientos, pero fue la primera vez que me vino la idea sobre la intención de salir, de conocer la raza blanca.
Un par de años más tarde, conseguí un trabajo en un pueblo cercano. Después de esto, me trasladé a la segunda capital del país y, finalmente, llegué al puerto de la capital, Accra. Allí tuve la suerte de ver la televisión por primera vez en mi vida. Aquel día estaba el «Barça» en la televisión. Como trabajaba en el puerto, a menudo veía ferries, coches y máquinas en general. A partir de ese momento, mi interés por conocer a la raza blanca aumentaba cada vez más. Sólo quería saber por qué podían crear y desarrollar cosas tan sorprendentes.
En aquella época, yo sólo era un niño analfabeto de 12 años que soñaba con un continente al que no podía ir. Trabajaba soldando chapa; tenía unas manos y un cuerpo muy pequeños y estables que me permitían entrar dentro de la compleja maquinaria y realizar soldaduras que no eran nada simples.
Trabajaba sólo por
comer un bol de
arroz al día…
Un día oí hablar de Libia. Me dijeron que si me trasladaba allí, recibiría un buen salario, cosa que me parecía imposible porque, hasta aquel momento, en Accra, trabajaba sólo por comer un bol de arroz al día. Por descontado, acepté.
«Viaje» a través del desierto del Sáhara
El viaje que emprendí todavía me parece una película, parece algo surrealista que nunca podría pasar.
A menudo,me digo a mi mismo: «¿Cómo pude sobrevivir?» Un ejemplo de esto, tuvo lugar en el desierto del Sáhara. Éramos 56 personas en tres coches Land Rover ( eso son 18 en cada coche), cruzando el desierto entre las dunas. De repente, tuvimos que bajar de los coches porque los conductores «tenían que ir a buscar gasolina» y no iban a tardar mucho. Nunca volvieron. Fuimos abandonados en medio del desierto. A pesar de esto, un chico aseguró que conocía el camino correcto, y por lo tanto, decidimos seguirlo. Aprovechó la ocasión para hacernos pagar dinero, de lo contrario, no nos guiaría.
Pasaron los días y, con el grupo, nos enfrentábamos cada vez a más contratiempos. No teníamos comida ni agua.«Una de las cosas que he aprendido de esta experiencia, es que el cuerpo humano es verdaderamente sabio; se adapta a cualquier situación «. Después de 21 días llegamos a la otra parte del Sáhara. Únicamente 6 de nosotros, de las 56 personas que éramos originalmente, sobrevivimos.
Únicamente 6 de
nosotros, de las 56
personas que éramos
originalmente,
sobrevivimos.
«Me rendí varias veces durante el viaje. Ya no tenía esperanza. Aquellos fueron momentos difíciles «. Con el tiempo, creo que el peor momento llegó cuando llevábamos 18 días andando por el desierto. Nos quedamos sin comida y agua. No teníamos nada. Cuerpos muriendo delante de mí … No tenía ninguna esperanza de mantenerme vivo. El caso es que, 3 días antes, nuestro «líder» también había abandonado al grupo llevándose nuestras cosas y dinero. Afortunadamente, vi un cadáver en una gran roca. Espantado, me acerqué y miré en sus bolsillos. Llevaba una cantimplora llena de agua. “Aquello salvó mi vida. Me pregunto por qué fui yo el que lo vió, pero doy las gracias a Dios por escoger este camino”.
Una vez llegamos a Libia, las cosas fueron peor de lo que esperábamos. En aquel momento, el país estaba controlado por Gadaffi. Los inmigrantes negros eran maltratados. “Un perro tenía más valor que un inmigrante negro”.
Viaje en una patera
Estuve en Libia durante 4 años. Pude ahorrar suficiente dinero para huir del País. La mafia me convenció para que pagara 1.600$ para cruzar el Mediterráneo y llegar finalmente a España.
«Te llevaremos, solo tardaremos 45 minutos», aseguraron. Jamás pude comprobar esta información. De nuevo tenía problemas.
La mafia me convenció
para que pagara $1.600
para cruzar el
Mediterráneo y llegar
finalmente a España
El problema con las mafias viene de muy atrás. No son solo ellas, hay muchas más personas involucradas (los policías de día, trabajan para las mafias por la noche). Eso fue la consecuencia de un acuerdo político entre Francia y Argel en tiempos de Sarkozy; por cada inmigrante arrestado, la policía obtenía una recompensa.
«Fuimos duramente maltratados»: durante el día, los policías hacían su trabajo. Por la noche se convertían en perversos. Aún así, la mafia nos facilitó material y equipamiento para que pudiésemos construir nuestros propios barcos. Una vez terminados, tuve el valor de subir en uno de ellos. Yo no sabía nadar. Nos costó dos intentos adentrarnos en el océano. En el primer intento, el barco colapsó contra las olas y murieron 10 personas. Uno de ellos era Muusa, mi mejor amigo.
Después de este intento fallido, volvimos al desierto. Recuerdo que perdí los zapatos por lo cual tuve que caminar descalzo durante 1 mes. 33 días después, la mafia nos consiguió nuevos materiales y construimos 2 barcos nuevos. Éramos 60 de nosotros para cada barco. y esta vez, el otro barco se hundió. El nuestro, en cambio, nos llevó a Fuerteventura (la tierra prometida). Un amigo mio me dijo: «¡levántate, hermano! ¡Caminemos! Estaba agotado»
Chocamos contra las rocas y el barco volcó justo delante de la orilla. Pensé que iba a morir. Afortunadamente, llegué a tierra y me sentí realmente aliviado. Las olas me arrastraban hasta la arena. Ni siquiera pude estirar las piernas debido a que había estado sentado en el barco durante 24 horas. No podía andar ya que mis pies estaban llenos de cicatrices. Mis compañeros caminaban hacia una carretera iluminada y me centré en seguirlos. Era una noche oscura y llovía.
La policía apareció junto a «La Cruz Roja» y los medios de comunicación. Estaban atendiendo a mis compañeros y les proporcionaban mantas. Luego, gritaron: «Mira, ahí hay otro» La Cruz Roja me recogió y me cubrió con mantas. A diferencia de los demás, me llevaron a una ambulancia porque estaba temblando.
A continuación, tuvimos que firmar varios documentos y nos llevaron a la Oficina de La Cruz Roja. Más tarde nos llevaron al hospital y los médicos me hicieron lo que llaman «Test de la muñeca» para conocer mi edad. Yo solo sabía que nací en martes: eso es lo único que importa en Ghana cuando nacen los bebés.
Me hicieron lo que
llaman «Test de la
muñeca» para conocer
mi edad. Yo solo sabía
que nací un martes…
Estuve en prisión aproximadamente un mes. Cada dos o tres días, me enviaban a una habitación pequeña y oscura donde me interrogaban. Querían que confesara, aunque yo no tenía nada que decir.
Tuve la suerte de escuchar que después de este periodo, el Estado de España me daba la posibilidad de residir en España. Después de esto volé a Málaga en un pequeño avión, donde me preguntaron a qué ciudad me gustaría trasladarme. No conocía España ni las ciudades más importantes. Entonces, recordé que, cuando estaba en Accra, había visto un partido en la televisión en el que jugaba el Barça. Así pues, dije «Barça». Ellos entendieron lo que quería decir. Barcelona era mi último destino.
Llegada a Barcelona
24 de febrero de 2005
Me dieron un sándwich de atún, una botella de agua, un plátano y un billete de ida. Estuve en Barcelona por primera vez en el invierno del año 2005. Cuando llegué me sentí muy feliz de no pedir la dirección de la Oficina de la Cruz Roja a la ciudad. Anduve mirando con atención todas las cosas. Los coches, las casas … todo era nuevo y maravilloso. Recuerdo que saludaba a todo el mundo en la calle, como se hace típicamente en África. La gente me miraba de una manera extraña … Finalmente, se hizo oscuro y no tuve tiempo de ir a la oficina. Por lo tanto, tuve que dormir en la calle.
Me desperté el día siguiente. Estaba alrededor de «la Meridiana» sentado en un banco. Me encontré con una mujer que paseaba lentamente. Me levanté y me acerqué a ella educadamente. Le mostré todos los documentos que traía, le expliqué quién era y le pregunté dónde podía encontrar la Oficina de la Cruz Roja. Ella casi no hablaba inglés y no me entendía. No obstante, parecía interesarse por mis explicaciones. Me cogió la mano y llamó a su marido, que sí hablaba inglés. Hablé con él con facilidad. A continuación, la mujer me invitó a almorzar y me dio su número de teléfono. Me pidió que la llamara si tenía que volver a dormir en la calle alguna otra vez.
Me dirigí hacia la Plaza de España siguiendo las indicaciones que aquella mujer, Montserrat Roura, me había dado. Una vez allí me sentí muy estresado. No sabía cómo interpretar el mapa del metro. De repente, escuché una voz femenina detrás de mí. Me asusté mucho puesto que en Libia los chicos no pueden hablar con las chicas. Su nombre era Eva y me ayudó mucho. Me mostró donde estaba la Cruz Roja y me recomendó que fuera yo solo (en caso contrario no me aceptarían). Me dio 40 €, una mochila y después se fue.
Fui enviado a un complejo deportivo donde pasé 3 noches. Pero la cuarta noche, fui expulsado y volví a la calle. Dormí en bancos durante otro mes. Fue realmente agotador. Por eso, decidí llamar a Montserrat (me había dado su número de teléfono hacía un tiempo) y le expliqué la situación. Después de una larga conversación, decidió que ella y su marido hablarían con la Cruz Roja. Fueron muy generosos y me acogieron como tutores (todavía no era un adulto).
Una nueva vida comenzó para mí. El primer día, después de la cena, mi nueva madre vino a darme las buenas noches y me besó al frente. Apagó la luz y marchó. Mi primera noche fue muy dura. No pude dormir, lloraba. No comprendía por qué había tenido que vivir un viaje tan horrible para, finalmente, estar seguro en mi nuevo hogar. Fue la primera vez que alguien me besó. Sentí que alguien me quería después de mucho tiempo. En África, el contacto físico es diferente, la gente sacude y toca las manos de los otros como una forma de mostrar su agradecimiento.
Finalmente, llegué a una conclusión: la pregunta no tendría que ser «¿por qué?» sino «¿para qué?» «¿Para qué me iba a servir esa experiencia?». La respuesta estaba clara: «ahora tengo que comunicar e informar de mi experiencia para concienciar a los otros sobre el lugar del que procedo. Tiene que haber una manera de mejorar nuestras condiciones en Ghana y, lo más importante, tengo que evitar que otras personas sufran la misma experiencia que yo. Las posibilidades de morir son demasiado elevadas «.
Finalmente, llegué a una conclusión:
la pregunta no tendría que ser«¿por qué?» sino «¿para qué?»
Empecé a estudiar catalán y español y pude aprobar mis exámenes de bachillerato. Después empecé mi grado de química durante 2 años en la Universidad de Barcelona, que tuve que dejar porque no podía trabajar como mecánico de bicicletas (para pagarme los estudios) y realizar las prácticas y los estudios de química al mismo tiempo, y me cambié a la carrera de Relaciones Públicas y Marketing. La terminé y un año más tarde estudié un Máster en ESADE en Dirección, gestión y organización de ONGs.
NASCO Feeding Minds
En 2012 fundé la ONG NASCO Feeding Minds con el fin de proporcionar acceso a la información y la educación, reduciendo la brecha digital. Con esto, intento evitar que los jóvenes de Ghana se embarquen en viajes mortales como el que yo mismo realicé. Si hubiera sido consciente de las distancias, los riesgos y la ubicación de Europa, nunca habría dejado Ghana como lo hice. La educación es la herramienta para cambiar cualquier sociedad.
Intento evitar que los jóvenes de
Ghana se embarquen en
viajes mortales como el que
yo mismo realicé.
NASCO se fundó en 2012, tuve que comprar 45 ordenadores con mi propio sueldo de mecánico, después del fracaso del “crowfunding” iniciado. Pensé que esta era una herramienta muy importante y necesaria. Es una forma de construir puentes y abrir una gran puerta al mundo para estos estudiantes desfavorecidos de África, empezando por Ghana. Estos primeros 45 ordenadores de mesa se enviaron a la escuela secundaria de San Agustín, en la región norte de Ghana. Empezamos con 850 alumnos y 2 profesores de ICT, y hoy, en 2020 ya han pasado más de 20.000 alumnos por las 11 aulas que tenemos actualmente en marcha. Un total de 30 escuelas se benefician de ellas.
Más tarde descubrí que existe la Responsabilidad Social Corporativa de las Empresas, y que cada cuatro o cinco años cambian sus equipos informáticos porque quedan obsoletos. Gracias a ello, muchas empresas nos han donado sus equipos para que podamos aprovecharlos y abrir nuevas aulas en Ghana.
También empecé a compartir esta experiencia con los centros escolares de aquí, con aquellos niños y niñas que tienen todo lo que necesitan, pero no sacan provecho o no aprecian el derecho de tener acceso en la educación.